Bertold subió el último tramo de la colina apoyándose en su
pesada vara, el nigromante jadeaba por el esfuerzo acometido, la magia había
consumido prácticamente todas sus fuerzas. Entonces se percató de otra
presencia. La brisa le llevó un susurro bien conocido, que heló el sudor de su
cara. Mannfred von Carstein estaba allí, observando la batalla que aún
enfrentaba los cadáveres elevados por Bertold contra los caballeros
Bretonianos. El vampiro le dedicó una mirada que no reflejaba ningún
pensamiento o sensación, pero el nigromante tuvo miedo por las consecuencias: había
perdido la batalla.
-Mi señor… sus fuerzas eran muchas. He empleado el mejor de
mis esfuerzos…
Von Carstein negó y volvió la vista al frente. Los caballeros
del Grial cargaban en ese momento contra la última fila de esqueletos,
llevándoselos por delante y aplastando sus huesos bajo las herraduras de los
caballos. Los necrófagos, sin embargo, aún plantaban batalla, incluso en la
distancia el vampiro y el nigromante podían percibir el brillo verdoso de sus
ojos, la ansiedad por la carne les impulsaba a resistir.
-Era lógico, Bertold. No podías ganar, te envié para desgastar
su ejército. Mañana llegarán a Tempelhof con menos hombres, heridos, cansados.
Se estrellarán contra los muros del castillo creyéndose invencibles por la
victoria de hoy y allí encontrarán su tumba. La arrogancia siempre pierde a los
bretonianos.
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Ilustración de 'El fin de los tiempos'
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El nigromante suspiró aliviado, el agradecimiento que sentía
por el hecho de no ser castigado le inspiró a buscar dentro de sí los restos de
voluntad que le quedaban. Extendió su vara hacia el cielo, las calaveras que la
adornaban iluminaron sus cuencas vacías con un fulgor de otro mundo, castañearon
sus dientes mientras los vientos de la magia se arremolinaban en torno al
nigromante, entonces Bertold extendió su mano crispada hacia la batalla. Los
hombres de armas y los caballeros caídos empezaron a levantarse con torpes
movimientos de marioneta, su carne aún estaba templada, la sangre aún manaba por sus heridas. El horror se extendió entre los bretonianos, que flaquearon. Los
campesinos huyeron abandonando las armas y los caballeros retrocedieron
mientras luchaban contra su miedo.
El señor de Sylvania sonrió complacido, incluso posó su mano
sobre el hombro de Bertold para felicitarle, su toque helado traspasó las ropas
del nigromante, enroscándose en su piel y llegando a los huesos. Aun bajo esa
sensación, el hechicero se sintió recompensado.
La ventaja del reducto de cadáveres animados y necrófagos no
duró demasiado, un caballero de armadura lacada en blanco y naranja levantó su
espada, que bajo la luz de la luna brilló con un fulgor puro. Los caballeros se
reagruparon en torno a él y cargaron contra sus antiguos compañeros.
-¿Quién es?
Bertold sintió la sacudida de los hilos mágicos al romperse,
los cadáveres cuyo control perdía uno a uno tras la violenta carga, pero no
cedió su dominio. Cuando lo peor hubo pasado, se fijó en el hombre que
acaudillaba el ejército.
-Jules de Montfort, suya es esta cruzada.
Mannfred asintió:
-Busco un nuevo chiquillo, quizá pronto su cruzada vuelva a
Bretonia vistiendo mis colores.
El nigromante flaqueó, un golpe certero del tal Jules de Montfort
atravesó un antiguo compañero reanimado por Bertold, entonces el aura de su arma
bendecida contaminó los hilos mágicos que ataban los restantes cadáveres a su titiritero,
el nigromante gritó perdiendo el control y sus criaturas se derrumbaron,
dejando únicamente a los necrófagos rodeados y a punto de ser aniquilados.
Mannfred no pareció molestarse por aquella suerte,
sencillamente se volvió dando la espalda a la batalla.
-Vamos Bertold, nada hacemos aquí, volvamos a Tempelhof.
El nigromante echó una última mirada al valle, los
bretonianos ya gritaban victoria. Poco iba a durar su felicidad, si Mannfred
deseaba un nuevo chiquillo, Jules de Montfort pronto pasaría a ser Jules von
Carstein. Quien sabe, quizá el rey de Sylvania le permitiera educar al joven vampiro,
sería un magnífico paso para aumentar su influencia y ganar más poder.