A veces la luz no nos
deja ver, se quema en los ojos y nos inunda con un río puro y doloroso. Lo he
sentido varias veces en mi existencia. Ese cosquilleo en las cuencas de los
ojos me ha hecho sentir humano, pero mi materia es otra y estas grandes cuentas
de vidrio con runas grabadas se recuperan rápidamente de cualquier impresión.
Llegué a Felstad bajo la
petición de Hairon, de la cuarta casa, él deseaba hacer la guerra a uno de los
archimagos de la ciudad. Codicia, supongo. Yo tenía en mi interior una
necesidad por luchar más grande que el ansia de libertad. Acepté y le seguí
junto a otros constructos como yo, aquellos cuya misión original había caído en
el olvido. Luchamos dos días en Felstad, el barrio de los cronomantes se
convirtió en una batalla gigantesca, magos y soldados se unieron a uno y otro
bando, todos luchábamos en una orgia de ruido de hechizos y crujidos de
derrumbes. No sé cómo hubiera podido terminar todo, pero lo hizo, nos
detuvieron.
Una ola de magia corrió
por todas las calles sin ningún aviso previo, los vivos no tuvieron tiempo de
gritar. La luz del conjuro era tan pura, que cuando llegó a nosotros en el
siguiente parpadeo el cosquilleo en mis ojos se volvió insoportablemente
doloroso. Sí, sentí dolor. En ese momento el único pensamiento en mi cabeza era
de fin. La ventisca llegó inmediatamente después, arrastrando gritos y
escombros. Sé que Hairon murió atravesado por una viga porque he tenido su
cadáver frente a mí los últimos siglos, otros perecieron ahogados en un alud de
nieve tan fina como el polvo y los últimos quedamos atrapados en el mismísimo
aire, congelado súbitamente a nuestro alrededor. Luego todo fue silencio y
calma.
Incluso para un golem mil
años es mucho tiempo. Caí en el sueño de la piedra, sin más imágenes en mi
inconsciencia que las originales: las palabras de mi creador recitando el
hechizo, la misión encomendada, mi Misión y por tanto mi vida. ¿Qué es un Golem
sin ella? Nada, no es nada, un fragmento de material animado, absurdo. Lo comprendí
atrapado en el hielo. Dormí siglos y desperté inmóvil, empecé a pensar en todo lo
ocurrido desde muchas perspectivas distintas, y así se calmó la ira que me
había dado forma en el principio, aprendí la paciencia cuando bien pude caer en
la locura de las maquinas rotas.
Desde mi prisión de hielo
pude ver los primeros cadáveres levantarse, Hairon se fue con ellos, un Liche
reclutaba un ejército en dirección hacia los barrios bajos de la ciudad.
También algunos aventureros observaron mi silueta, pensaron en liberarme, en
utilizarme. ¿Podrían hacerlo? Quizá alguno pudo, pero yo soy el Golem de plata
y hace tiempo dejaron de gustarme los hilos y los titiriteros.
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