Si queréis leer otro relato sobre las aventuras de la inquisidora Munro podéis encontrar: Recate en OM. 27.7.
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Había
dos leones de piedra flanqueando la entrada, estaban acostados sobre pedestales
tan altos que a un hombre adulto le hubiera costado subirse; sin embargo, Munro
tenía el recuerdo de ver a muchos niños allí encaramados, con sus bracitos
extendidos pidiendo alguna moneda en los días de fiesta, o tocándole el pelo a
los forasteros que desconocían su parapeto. Una vez al año, el cardenal sacaba
en procesión una imagen de Santa Celestine, y los niños se estiraban hasta el
peligro para tocar la imagen, tenían la vaga creencia de que si lo conseguían,
la santa velaría por ellos y su vida mejoraría. Aquellos niños tenían hambre,
sed, frío, calor, y muy poco miedo. Munro lo sabia bien, ella había tocado la
imagen con nueve años.
Un
escalofrío le recorrió la piel. Observó las estatuas, prácticamente indemnes,
testigos solitarios de la destrucción que había reducido el resto de la ciudad
a escombros.
Las
cenizas crepitaron bajo los pasos de Menarius. La inquisidora escuchó los
habituales sonidos de sus escáneres sin volverse para mirar al Magos.
-No
os quitéis el respirador, señora, el oxígeno de la atmósfera es meramente residual.
-No
me llames señora, Eme, aquí sólo estamos tú y yo.
-Eres
muy sentimental. Y tú deberías llamarme Menarius.
La
inquisidora ignoró el comentario. Infundir respeto era esencial, incluso entre
los miembros de su séquito, Menarius había aceptado aquel hecho como aceptaba
cualquier cosa lógica, con absoluta eficiencia; sin embargo, a ella aún le
gustaba saber que alguien veía más allá de la insignia que colgaba de su cuello.
-Menarius
empieza por eme, ¿no? Deja de quejarte. ¿Alguna idea?
Mas
ruidos mecánicos.
-Los
demás se preguntan por qué no les has permitido venir con nosotros, Agnes.
Su
propio nombre, pronunciado en aquel lugar, le erizó la piel con otro
escalofrío. Menarius tenía razón, estaba siendo demasiado sentimental.
-No
me refiero a eso.
-Lo
sé. En este momento estoy realizando treinta y dos análisis y cuatro búsquedas
en mis archivos, cuando tenga un informe te lo haré saber.
-Eres
tan arrogante como Ella.
Una
risa metálica resonó a su espalda, la inquisidora nunca se acostumbraría a
aquel sonido, le traía recuerdos terribles, y le hacía presente una deuda
impagable; aunque a Menarius le traía sin cuidado si era o no saldada.
Agnes
Munro pasó entre aquellas bestias inmóviles. Tomó la que una vez fue la avenida
principal, pero tuvo que rodear un gran cráter en cuyo fondo se habían echarcado
un líquido verde con irisaciones naranjas. Menarius la siguió, aplastando la
tierra pesadamente con sus servobrazos, en muchas ocasiones los usaba para
caminar, manteniendo su cuerpo suspendido a varios palmos del suelo.
-Esto
es sentimental.
-Eme…
Agnes
reconocía algunas fachadas, la tecnología de aquel planeta siempre había sido
rudimentaria, pero la mayoría de los edificios fueron construidos en piedra,
por lo que ni las batallas más terribles podían demolerlo todo. Había cascotes,
cráteres allí donde las reservas de combustible habían estallado, hierro
fundido o retorcido, y también sombras. En algunas paredes o en el suelo se
dibujaban las siluetas claras de los que habían sido vaporizados por la
explosión.
Siguieron
avanzando, acompañados del eco estruendoso de los servobrazos de Menarius.
-¿Lo
reconoces?
El
magos se detuvo y observó el edificio que señalaba la inquisidora. Esta vez fue
él quien sintió un escalofrío, pero no estaba dispuesto a reconocerlo. Se
limitó a asentir y se movió por encima de la montaña de escombros gracias a sus
extremidades mecánicas. Al llegar al primer piso usó las piernas y recogió los
servobrazos cuanto pudo para atravesar el estrecho pasillo. El peso de su
cuerpo y de todos los implantes le hizo dolorosamente evidente su humanidad y
la dificultad de cargar con todo ello. Anotó en un archivo privado que debía
considerar sustituir sus piernas por implantes mecánicos.
El
edificio estaba silencioso y ennegrecido. Había algunas pequeñas siluetas en el
pasillo, y algunos juguetes junto a las ventanas. Tragó saliva, un gesto
difícil con el tubo introducido un palmo en la garganta. Notó la sequedad y
deseó agua, hacía años que no bebía una gota. ¿Qué estaban haciendo allí? No lo
entendía, era pretendidamente masoquista. Llegó a una gran habitación con
literas y avanzó hasta la del fondo. No pudo evitar comprobar que allí seguía
la inscripción:
A&M
Los
datos y códigos con los que el cogitador implantado estimulaba su cerebro se
detuvieron. Vio a dos niños allí, en la oscuridad de una noche de verano,
sentados juntos, prometiendo que cuidarían el uno del otro, que saldrían de
allí, sobrevivirían, y todo sería mejor. Estaban seguros de ello, por la mañana
habían acariciado las plumas metálicas de la figura de Santa Celestine, eso
debía significar algo.
Una
alerta se deslizó desde el cogitador, sacándole de su ensimismamiento y
deshaciendo el recuerdo. Comprobó los datos y volvió sobre sus pasos.
Munro
se había adelantado, la encontró superando los restos de lo que había sido una
catedral, la nave principal se había derrumbado casi en su totalidad, pero los
arbotantes habían resistido, confiriéndole la apariencia del costillar de un
behemot derrotado.
-¿Algo?
-Sí,
el exterminatus fue ejecutado por el Lord Almirante Barthelomeus Creustas. En
el informe no se detallan las causas, pero cuando lleguemos al próximo enclave
imperial revisaré si existen transcripciones.
Ambos
se miraron en silencio por un momento, era un nombre íntimamente conocido para
ambos. Munro apretó los puños y luego los relajó.
-No
sabía que le habían ascendido.
El
magos prosiguió el camino con agilidad. Él sí lo sabía, pero había preferido
callárselo con la esperanza de no cruzarse con aquel hombre en mucho tiempo.
El
ábside seguía en pie y bajo él, el águila imperial se había fundido creando un
espejo de metal plano donde alguien había depositado un ramo de flores
violetas. La imagen les paralizó a ambos.
-Las
mayores incógnitas están en los pequeños detalles, como diría Ella.
-¿Quizás…?
-Ni
lo menciones -le interrumpió Munro-. Mira.
Aquella
zona estaba relativamente despejada de cascotes, y la inquisidora pudo moverse
con mayor facilidad hacia el pedestal que tan bien conocían. La estatua de
Santa Celestine ya no existía, se había fundido, desperdigándose en miles de
gotas que brillaban dispersas por los muros ennegrecidos, como estrellas
diminutas encajadas en una noche sucia.
-¿Qué
quieres que mire?
-Hazme
un favor, Eme, debajo del pedestal hay un hueco.
El
magos, intrigado, se acercó con dos grandes zancadas de sus servobrazos,
introdujo una combinación en el Auspex y escaneó la zona. Efectivamente, había
un compartimento oculto. Apoyando su peso en uno sólo de los servobrazos,
utilizó el otro con precisión quirúrgica para encajar las pinzas de la “mano”
en los bordes de la losa. Presionó hasta que juzgó un buen agarre, luego, tras
un par de segundo de tensión, arrancó la piedra sin problemas.
Munro
se arrodilló e introdujo el brazo, sacó una caja de plastiacero con cerradura
de firma genética. Menarius descendió a la altura de Munro, apoyándose de nuevo
en sus piernas.
-Así
que por esto hemos venido. ¿Qué es esto, Agnes?
La
inquisidora miró a su amigo a los ojos. La piel había cicatrizado bien en torno
a los implantes, pero seguían sin ser los ojos azules que ella siempre había
sabido leer tan bien.
-Lo
oculté hace muchos años. Después del asunto en Colcha.
La
expresión del magos cambió, volvió a elevarse sobre sus brazos, alejándose de
la caja.
-¡No! ¡Agnes!
-Tú
mismo gas analizado el artefacto de OM. 27.7. Hemos hecho todas las
indagaciones posibles, y no sabemos qué es. Ciro cree que juega un papel
importante en el próximo plan del Cíclope. Si es así, identificarlo podría
darnos una pista para adelantarnos al enemigo.
Menarius
volvió a descender. Repasó los archivos de Colcha. Habían pasado veintitrés
años desde entonces.
-No
puedes fiarte de un xenos.
-Si
tienes una opción mejor, soy todo oídos.
-El
Culto Mechanicus…
-No
-le interrumpió-. Sabes lo que ocurriría si se lo entregamos a tu culto:
desaparecería, lo tomarían como un juguete nuevo para analizar, y no sabríamos
nada de él nunca más, posiblemente ni se preocuparían por investigar. Tenemos
que ser nosotros.
Menarius
dudó, acudió al banco de información de su cogitador para buscar nuevos
argumentos, pero cerró el enlace una milésima de segundo después. Cedió,
asintió lentamente, y la inquisidora se relajó, guardando la caja en su bolsa.
Emprendieron el camino de regreso en silencio, el magos sumido en sus
pensamientos, intentado explicarse su propia decisión, quizá los recuerdos de
aquel lugar, ahora destruido, habían corrompido algunos de sus códigos.
-Demasiado
sentimental -musitó.
Magnífico, esperando el siguiente
ResponderEliminarMil gracias, Rafen! A principios de julio lo tienes ;)
EliminarUn saludo!