jueves, 13 de junio de 2019

[Relato 40K] Munro II: Santa Celestine

Si queréis leer otro relato sobre las aventuras de la inquisidora Munro podéis encontrar: Recate en OM. 27.7.

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Había dos leones de piedra flanqueando la entrada, estaban acostados sobre pedestales tan altos que a un hombre adulto le hubiera costado subirse; sin embargo, Munro tenía el recuerdo de ver a muchos niños allí encaramados, con sus bracitos extendidos pidiendo alguna moneda en los días de fiesta, o tocándole el pelo a los forasteros que desconocían su parapeto. Una vez al año, el cardenal sacaba en procesión una imagen de Santa Celestine, y los niños se estiraban hasta el peligro para tocar la imagen, tenían la vaga creencia de que si lo conseguían, la santa velaría por ellos y su vida mejoraría. Aquellos niños tenían hambre, sed, frío, calor, y muy poco miedo. Munro lo sabia bien, ella había tocado la imagen con nueve años.

Un escalofrío le recorrió la piel. Observó las estatuas, prácticamente indemnes, testigos solitarios de la destrucción que había reducido el resto de la ciudad a escombros.

Las cenizas crepitaron bajo los pasos de Menarius. La inquisidora escuchó los habituales sonidos de sus escáneres sin volverse para mirar al Magos.

-No os quitéis el respirador, señora, el oxígeno de la atmósfera es meramente residual.
-No me llames señora, Eme, aquí sólo estamos tú y yo.
-Eres muy sentimental. Y tú deberías llamarme Menarius.

La inquisidora ignoró el comentario. Infundir respeto era esencial, incluso entre los miembros de su séquito, Menarius había aceptado aquel hecho como aceptaba cualquier cosa lógica, con absoluta eficiencia; sin embargo, a ella aún le gustaba saber que alguien veía más allá de la insignia que colgaba de su cuello.

-Menarius empieza por eme, ¿no? Deja de quejarte. ¿Alguna idea?
Mas ruidos mecánicos.
-Los demás se preguntan por qué no les has permitido venir con nosotros, Agnes.
Su propio nombre, pronunciado en aquel lugar, le erizó la piel con otro escalofrío. Menarius tenía razón, estaba siendo demasiado sentimental.
-No me refiero a eso.
-Lo sé. En este momento estoy realizando treinta y dos análisis y cuatro búsquedas en mis archivos, cuando tenga un informe te lo haré saber.
-Eres tan arrogante como Ella.

Una risa metálica resonó a su espalda, la inquisidora nunca se acostumbraría a aquel sonido, le traía recuerdos terribles, y le hacía presente una deuda impagable; aunque a Menarius le traía sin cuidado si era o no saldada.

Agnes Munro pasó entre aquellas bestias inmóviles. Tomó la que una vez fue la avenida principal, pero tuvo que rodear un gran cráter en cuyo fondo se habían echarcado un líquido verde con irisaciones naranjas. Menarius la siguió, aplastando la tierra pesadamente con sus servobrazos, en muchas ocasiones los usaba para caminar, manteniendo su cuerpo suspendido a varios palmos del suelo.

-Esto es sentimental.
-Eme…

Agnes reconocía algunas fachadas, la tecnología de aquel planeta siempre había sido rudimentaria, pero la mayoría de los edificios fueron construidos en piedra, por lo que ni las batallas más terribles podían demolerlo todo. Había cascotes, cráteres allí donde las reservas de combustible habían estallado, hierro fundido o retorcido, y también sombras. En algunas paredes o en el suelo se dibujaban las siluetas claras de los que habían sido vaporizados por la explosión.

Siguieron avanzando, acompañados del eco estruendoso de los servobrazos de Menarius.
-¿Lo reconoces?

El magos se detuvo y observó el edificio que señalaba la inquisidora. Esta vez fue él quien sintió un escalofrío, pero no estaba dispuesto a reconocerlo. Se limitó a asentir y se movió por encima de la montaña de escombros gracias a sus extremidades mecánicas. Al llegar al primer piso usó las piernas y recogió los servobrazos cuanto pudo para atravesar el estrecho pasillo. El peso de su cuerpo y de todos los implantes le hizo dolorosamente evidente su humanidad y la dificultad de cargar con todo ello. Anotó en un archivo privado que debía considerar sustituir sus piernas por implantes mecánicos.

El edificio estaba silencioso y ennegrecido. Había algunas pequeñas siluetas en el pasillo, y algunos juguetes junto a las ventanas. Tragó saliva, un gesto difícil con el tubo introducido un palmo en la garganta. Notó la sequedad y deseó agua, hacía años que no bebía una gota. ¿Qué estaban haciendo allí? No lo entendía, era pretendidamente masoquista. Llegó a una gran habitación con literas y avanzó hasta la del fondo. No pudo evitar comprobar que allí seguía la inscripción:

A&M

Los datos y códigos con los que el cogitador implantado estimulaba su cerebro se detuvieron. Vio a dos niños allí, en la oscuridad de una noche de verano, sentados juntos, prometiendo que cuidarían el uno del otro, que saldrían de allí, sobrevivirían, y todo sería mejor. Estaban seguros de ello, por la mañana habían acariciado las plumas metálicas de la figura de Santa Celestine, eso debía significar algo.

Una alerta se deslizó desde el cogitador, sacándole de su ensimismamiento y deshaciendo el recuerdo. Comprobó los datos y volvió sobre sus pasos.

Munro se había adelantado, la encontró superando los restos de lo que había sido una catedral, la nave principal se había derrumbado casi en su totalidad, pero los arbotantes habían resistido, confiriéndole la apariencia del costillar de un behemot derrotado.

-¿Algo?
-Sí, el exterminatus fue ejecutado por el Lord Almirante Barthelomeus Creustas. En el informe no se detallan las causas, pero cuando lleguemos al próximo enclave imperial revisaré si existen transcripciones.
Ambos se miraron en silencio por un momento, era un nombre íntimamente conocido para ambos. Munro apretó los puños y luego los relajó.
-No sabía que le habían ascendido.
El magos prosiguió el camino con agilidad. Él sí lo sabía, pero había preferido callárselo con la esperanza de no cruzarse con aquel hombre en mucho tiempo.

El ábside seguía en pie y bajo él, el águila imperial se había fundido creando un espejo de metal plano donde alguien había depositado un ramo de flores violetas. La imagen les paralizó a ambos.
-Las mayores incógnitas están en los pequeños detalles, como diría Ella.
-¿Quizás…?
-Ni lo menciones -le interrumpió Munro-. Mira.

Aquella zona estaba relativamente despejada de cascotes, y la inquisidora pudo moverse con mayor facilidad hacia el pedestal que tan bien conocían. La estatua de Santa Celestine ya no existía, se había fundido, desperdigándose en miles de gotas que brillaban dispersas por los muros ennegrecidos, como estrellas diminutas encajadas en una noche sucia.



-¿Qué quieres que mire?
-Hazme un favor, Eme, debajo del pedestal hay un hueco.

El magos, intrigado, se acercó con dos grandes zancadas de sus servobrazos, introdujo una combinación en el Auspex y escaneó la zona. Efectivamente, había un compartimento oculto. Apoyando su peso en uno sólo de los servobrazos, utilizó el otro con precisión quirúrgica para encajar las pinzas de la “mano” en los bordes de la losa. Presionó hasta que juzgó un buen agarre, luego, tras un par de segundo de tensión, arrancó la piedra sin problemas.

Munro se arrodilló e introdujo el brazo, sacó una caja de plastiacero con cerradura de firma genética. Menarius descendió a la altura de Munro, apoyándose de nuevo en sus piernas.

-Así que por esto hemos venido. ¿Qué es esto, Agnes?
La inquisidora miró a su amigo a los ojos. La piel había cicatrizado bien en torno a los implantes, pero seguían sin ser los ojos azules que ella siempre había sabido leer tan bien.
-Lo oculté hace muchos años. Después del asunto en Colcha.
La expresión del magos cambió, volvió a elevarse sobre sus brazos, alejándose de la caja.
-¡No! ¡Agnes!
-Tú mismo gas analizado el artefacto de OM. 27.7. Hemos hecho todas las indagaciones posibles, y no sabemos qué es. Ciro cree que juega un papel importante en el próximo plan del Cíclope. Si es así, identificarlo podría darnos una pista para adelantarnos al enemigo.

Menarius volvió a descender. Repasó los archivos de Colcha. Habían pasado veintitrés años desde entonces.
-No puedes fiarte de un xenos.
-Si tienes una opción mejor, soy todo oídos.
-El Culto Mechanicus…
-No -le interrumpió-. Sabes lo que ocurriría si se lo entregamos a tu culto: desaparecería, lo tomarían como un juguete nuevo para analizar, y no sabríamos nada de él nunca más, posiblemente ni se preocuparían por investigar. Tenemos que ser nosotros.

Menarius dudó, acudió al banco de información de su cogitador para buscar nuevos argumentos, pero cerró el enlace una milésima de segundo después. Cedió, asintió lentamente, y la inquisidora se relajó, guardando la caja en su bolsa. Emprendieron el camino de regreso en silencio, el magos sumido en sus pensamientos, intentado explicarse su propia decisión, quizá los recuerdos de aquel lugar, ahora destruido, habían corrompido algunos de sus códigos.

-Demasiado sentimental -musitó.

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